jueves, 21 de noviembre de 2013

Placer mañanero

Normalmente, una vez que caigo dormida, no es capaz de despertarme ni una bomba hasta que no llega mi hora de levantarme. Salvo que esté pendiente de alguno de los míos porque están pachuchos. Y al volver de mi última escapada trabajo-placer, todos estaban enfermos. Hasta el perro, que vomitó esta noche (pero seguro que por glotoncillo inconsciente. ¿A quién me recuerda?)

Boliche se ha venido a mi cama. Al principio de la noche, se ha acurrucado junto a mis pies y se ha quedado ahí, quietecito. Pero según ha ido viendo que me despertaba por las toses o los gemidos en sueños del resto de la familia, se ha ido acercando más, apoyando su cabeza en mi regazo.

Por mucho que digan los de chocolates Valor, es mucho mejor acariciar que comerse una onza de chocolate. He empezado por el pelo fosco que tiene en el lomo, algo áspero, lleno de remolinos que peinaba con los dedos; después, la suavidad de la almohadilla de las patas, rozando con mimo porque le resulta algo incómodo si aprieto más y finalmente, la cabeza, con su flequillo alborotado (como la menda), las orejas suavecitas y lo que serían las cejas despeinadas. Poco a poco, su respiración se ralentiza y comienza a quedarse dormido y a roncar, hasta que algo le alerta y levanta las orejas.

José Félix está en el quicio de la puerta, medio dormido. Abro el edredón de mi cama y le invito, pues aún es pronto para ir al cole, a que se venga a mi cama y no coja frío. Invitación que acepta encantado y se acurruca junto a mí.

Comienzo nuevamente, aunque esta vez a dos manos y centrándome algo más en el peque. Tiene la piel tan calentita y suave. Se estremece algo con las cosquillas que le hago con las yemas de los dedos cuando recorro la nariz y las mejillas. Tiene también las cejas alborotadas, "de bueno", como las que estuve atusando el día anterior (y con las que habría estado igual hasta que su propietario hubiese protestado por aburrimiento) y poco a poco, como sucede con Boliche, su respiración se ralentiza, hasta que los dos quedan dormidos. Pero yo no ceso de acariciarlos. Y es que, ¡me encanta!. Me relaja muchísimo y podría estarme horas acariciando. Recorriendo con la yema de mis dedos o la palma de mis manos cada centímetro de piel, sintiendo el calor, notando el pulso, como se estremecen con las cosquillas...

Pero en esta ocasión, no hay horas y el amanecer me sorprende, acurrucada junto a Boliche y José Félix, medio dormida... aunque sin parar de recorrer con mis manos a dos de mis "gorditos".