viernes, 1 de noviembre de 2013

Esta noche

La casa está en silencio,  solo roto ocasionalmente por una de mis toses o por un ladrido tímido de Boliche.
Todos han salido a celebrar Halloween, cosas de una casa con niños.  ¿Y qué más da que sea una  fiesta importada si hace que rían y puedan aprender a vencer algo el miedo?  Yo habría ido con ellos pero decidí cuidarme. Cosas de los años. O más bien, que  prefería recogerme sola, charlar con mis fantasmas y dejar que la tristeza y la nostalgia pasen sin tener que dar explicaciones a nadie.

Boliche ladra al vacío, con esa sabiduria de los animales, como si presintiera que empiezan las visitas.
En muda conversación,  desfilan mis ausencias, aquellos que con ellos se llevaron algo de mí y a los que extraño cada uno de mis días. Las regañinas cariñosas y los consejos de los abuelos, los juegos de Paula, la risa de Roberto y la mirada que busco revivir, aunque no haya manera...
Las risas y las lágrimas se suceden frente al altar de muertos de mi memoria.

La alarma del móvil suena y rompe la magia del momento. Toca tomarse la medicación para la fiebre. Me encojo en la cama, bajo el edredón. Por más capas que me eche encima, es un frío que nace de dentro y no se pasa.

Un pensamiento fugaz pasa por mi cabeza. Algo que comenté hace años sobre un cuadro de Picasso, "La muerte del arlequín". Quizás yo sea como los que observan...

Noche de difuntos.

1 comentario:

Turulato dijo...

Noche de vivos, pues.