jueves, 3 de mayo de 2012

Congoja

La tarde está desapacible. Un momento antes brillaba el sol y al rato, se encapotó el cielo y comenzó a levantarse un viento bastante fresco. Quizás, demasiado fresco para como voy vestida. Me encojo un poco sobre mí misma, para resguardarme del fresco y también de la congoja que siento.

No me asustan los muertos, aunque cuando estoy estresada, los zombies pueblan mis pesadillas. Pero la muerte de un niño, me causa una congoja que me resulta difícil de controlar y de apaciguar. Quizás por eso estoy escribiendo esto. Porque el negro sobre blanco me ayuda a poner las cosas en perspectiva.

Después de estar con los padres, tía y abuelos del niño, por los que siento un gran afecto, pues son buena gente a los que la vida se empeña en dar sopapo tras sopapo, me mantengo un poco al margen. No conozco a nadie y sé que ellos tienen que cumplir con los demás visitantes que se han acercado a acompañarles en estos momentos.

Apoyada en la barandilla de la galería, me dedico a observar. Desde la muerte de mi abuela Teresa, hace ya muchos años, no había ido a ese tanatorio.Me sigue pareciendo igual de feo. Sí, los tanatorios no son precisamente la alegría de la huerta pero este en especial me parece horrible con tanto ladrillo visto y las salas que se abren a la galería y al ruido que viene de la vecina carretera de Toledo. No sé el resto, pero en esos momentos, yo necesito paz y tranquilidad.
Lo único que rompe esta fealdad es un arbolillo de flores moradas, escuálido, que se agita por el viento. La vida, terca, que siempre se impone.

Veo el ajetreo que hay entre los visitantes. Familiares y amigos que llevan tiempo sin verse se reencuentran en el tanatorio e intentan ponerse al día en esos momentos robados. ¿No será mejor buscar un rato en nuestras "ocupadas" vidas para ello? Si es que realmente queremos...

Miro a la madre, aturdida entre tanto mogollón. Los párpados hinchados del cansancio y de haber llorado por su peque. Me acerco a ella y le propongo ir a tomar un café o darse una vuelta para despejarse.

No sé si todo el mundo reacciona igual pero yo en esos momentos, sólo quiero compañía silenciosa, no tener a nadie que esté parloteando a mi lado. Sólo un abrazo o una mano amiga para hacernos sentir que esa oscuridad y ese miedo que surge con la muerte de alguien a quién queremos, no es tan oscura ni profunda. Que no estamos solos.
Quizás por eso, porque me quedo sin palabras y todas las que pueda decir me suenan vacías, puedo resultar fría pero yo no sé consolar de otra forma.

Vuelvo a casa acompañando a los abuelos del pequeño. La vida les ha bregado a base de bien y quizás por eso, puede parecer que lo han encajado mejor, fríamente. Pero sólo basta con mirarles a los ojos, para ver su pena. Quizás no por el niño, pues es lo mejor que podía pasar, pero si por el dolor de su hija y de sus otros nietos.

Llego a casa y veo a los nanos durmiendo tranquilamente. Me entran escalofríos al pensar en que puedo perderles como ha sucedido a la familia con la que acabo de estar, pero el miedo desaparece con una risa de Félix en sueños.

Lo dicho, la vida que es terca y siempre se impone.

1 comentario:

Turulato dijo...

Gran frase, la última. Puede ser que la dificultad resida en que no sabemos leerle los labios