viernes, 27 de abril de 2012

La compañía más fiel

- Hace mucho tiempo que no venía a verte.
- Pues la verdad, te podías haber ahorrado la visita.
- ¡Qué poco me quieres para lo que hace que nos conocemos! Y para lo que nos parecemos...
- Ni de coña.
- Nos parecemos muchísimo y no sólo físicamente. Sólo que yo tengo una mente mucho más abierta.
- No, lo que careces es de moral.
- ¡Acabáramos! Tengo moral. La mia. La que desearías tener pero no te atreves. Pero no te preocupes, para eso estoy yo aquí.
- ¿Para fastidiarme la existencia y romper la paz que tanto me cuesta lograr?
- No, para abrirte nuevos caminos que te lleven a esa paz. Tienes un problema con alguien y tendrías que actúar. Pero no con esa mierda de corrección política. Ni con moderación. ¿Desde cuándo eres tú una persona moderada?
- Desde que no nos veíamos. Los años me van atemperando y...
- ¡Y una leche! Pero vayamos al meollo del asunto. Como te decía, tienes un problema con alguien. Y mediante tu corrección y el hacer las cosas como se debe, lo único que logras es cogerte unos cabreos monumentales y no solucionar tu problema.  Yo te propongo que recurramos a la vía expeditiva. Muerto el perro, se acabó la rabia.
- ¿Pero tú te pinchas? ¡¡¡Estamos hablando de deshacernos de un ser humano!!!
- No, no, no... te confundes. Ese alguien no es un ser humano. Al menos, no para mí. No llega a esa categoría.
- ¡No puedo creer lo que dices! Eso que dices es una inmoralidad, es inhumano. Va en contra de todo lo que creo, cobrarse la vida de un ser humano, así, fríamente.
- ¡Oh, qué bien te queda esa pose de víctima ofendida! Pero cuéntaselo a otro, que nos conocemos. No te frena la moral, sino el miedo.
- ¿El miedo? Será el de convertirme en alguien como tú.
- No, el miedo a las consecuencias que sufrirías si te pillan. Yo...¿por qué crees que tengo ese atractivo?
- ¿Atractivo? Más bien repulsión...
- No, no. Mi atractivo es como el de Drácula. Seduce aunque os repela. Y es que para mí no hay consecuencias y si las hay, ¡qué más da!. Lo que todos deseamos. Pero, y tú, ¿y si no hubiera consecuencias? ¿Y si pudieras hacerlo sin temor a represalias? ¿No te dejarías llevar? Venga, confiesa...
- Siempre hay consecuencias.
- Sabes que yo te ofrezco que no las haya. O que no importen. Sólo cumple tu deseo y soluciona tus problemas. Vuelve a dormir tranquilamente por las noches a cambio de la vida de una sabandija, de una cucaracha. Adiós cabreos, adiós insomnios, adiós a las lágrimas de aquellos a los que quieres. Una llamada de teléfono y todo termina.
- Nooo, no me tientes.
- ¿Titubeas? Venga, déjate llevar. Como aquella vez hace tantos años. ¿Recuerdas? Esa excitación, ese poder que se siente al no temer ninguna consecuencia, al saberte por encima de otros...
- Basta... por favor, no me tientes. Escojo ser buena persona.
- Más bien, tener miedo. Pero bueno, yo puedo esperar. Tenemos muchas más noches de insomnio por delante. Y muchas mañanas más cuando te contemples en el espejo. Estaré ahí.
Tu compañía más fiel.

2 comentarios:

Fran dijo...

Entre este y el otro artículo, no pareces precisamente la alegría de la huerta.
¿Va todo bien? A ver si hablamos que últimamente estás desaparecida.

Turulato dijo...

Interesantísimo. Ambos actores tienen razón. La mayoría de los prudentes se comportan así por miedo a las consecuencias. Por eso el Derecho Penal se inclinó desde sus inicios por el castigo para defender el modelo social. Pero sucede que reconocer que nuestra actuación sería otra si no se conociese y no tuviese consecuencias, nos confronta no solo con lo que debe ser sino con lo que es -yo soy- y nos aterra.

Hay que cambiar de plano para responder. No se trata de resolver un conflicto sino de resolvernos a nosotros mismos. No es el otro, sino yo, el problema.