sábado, 9 de abril de 2011

Laura de Saki

- No te estás muriendo realmente, ¿verdad? - preguntó Amanda.

- Tengo permiso del médico para vivir hasta el martes - contestó Laura.
- ¡Pero hoy es sábado; esto es serio! - exclamó Amanda con un grito sofocado.
- No sé si es serio; pero ciertamente es sábado - insistió Laura.
- La muerte es siempre seria - dijo Amanda.
- Nunca dije que fuera a morir. Posiblemente dejaré de ser Laura, pero seguiré siendo algo. Supongo que algún tipo de animal. Ya sabes, cuando uno no ha sido muy bueno en la vida que acaba de abandonar, se reencarna en algún organismo inferior. Y si pensamos en ello, no he sido demasiado buena. Cuando las circunstancias lo han permitido, he sido vil, mala, vengativa y todas esas cosas.
- Las circunstancias nunca permiten ese tipo de cosas - contestó Amanda precipitadamente.
- Si no te importa que lo diga así - comentó Laura -, Egbert es una circunstancia que permitiría cualquier cantidad de ese tipo de cosas. Tú estás casada con él... ahí está la diferencia: tú has jurado amarle, honrarle y soportarle; pero yo no.
- No veo qué hay de malo en Egbert - protestó Amanda.
- Bueno, me atrevo a decir que lo malo ha estado de mi parte - admitió Laura desapasionadamente -. Él ha sido la circunstancia atenuante. Menudo alboroto que montó, por ejemplo, cuando el otro día saqué de la granja a los cachorros de pastor escocés para dar un paseo.
- Persiguieron a las nidadas jóvenes de gallinas de Sussex moteadas y sacaron de los nidos a dos gallinas que estaban empollando, además de corretear por los arrietes de flores. Ya sabes lo entregado que está a sus aves de corral y su jardín.
- De todas maneras no tenía necesidad de pasarse hablando de ello la noche entera para luego, precisamente cuando yo empezaba a divertirme con la discusión, decir que era mejor no seguir hablando del asunto. Ahí es donde se me ocurrió una de mis viles venganzas - añadió Laura con una risita carente de arrepentimiento -. Al día siguiente del episodio de los cachorros metí en el cobertizo de las semillas a la familia entera de Sussex moteadas.
- ¿Cómo fuiste capaz? - exclamó Amanda.
- Resultó muy sencillo; dos de las gallinas pretendían poner huevos en ese momento, pero me mantuve firme.
- ¡Y nosotros que creíamos que había sido un accidente!.
- Pues ya ves - siguió diciendo Laura -. Realmente tengo motivos para suponer que mi próxima reencarnación será un organismo inferior. Seré un animal de algún tipo. Por otra parte, tampoco he sido tan mala, por lo que creo que puedo contar con ser un animal agradable, uno elegante y vivo, que le encante divertirse. Quizá una nutria.
- No puedo imaginarte como una nutria - replicó Amanda.
- Bueno, tampoco creo que puedas imaginarme como ángel, si piensas en ello - añadió Laura.
Amanda guardó silencio. No podía imaginarla de esa manera.
- Personalmente considero que la vida de una nutria debe de ser bastante placentera - siguió diciendo Laura -. Comiendo salmón el año entero, y la satisfacción de poder ir a buscar las truchas donde se encuentran, sin tener que esperar horas hasta que tienen la condescendencia de ir a buscar la mosca que estás moviendo delante de ellas; y la figura elegante y esbelta...
- Piensa en los perros cazadores - intervino Amanda -. ¡Lo terrible que es ser cazada, perseguida y finalmente acosada a muerte!.
- Pues es bastante divertido, con la mitad de la vecindad mirando; de cualquier manera, no es peor que este asunto de morir centímetro a centímetro entre el sábado y el martes. Y luego me pasaría a alguna otra cosa. De haber sido una nutria moderadamente buena, supongo que volvería a alguna forma humana; posiblemente algo bastante primitivo... imagino que un muchacho nubio, oscuro y desnudo.
- Me gustaría que fueras seria - replicó Amanda con un suspiro -. Deberías serlo si sólo vas a vivir hasta el martes.
De hecho, Laura murió el lunes.

- Ha sido tan terriblemente desconcertante - se quejó Amanda al marido de su tía, sir Lulworth Quayne -. Había pedido a mucha gente que viniera a pescar y jugar al golf, y los rododendros están en su mejor momento.
- Laura fue siempre poco considerada - contestó si Lulworth -. Nació durante la semana de Goodwood, mientras estaba en su casa un embajador que odiaba a los bebés.
- Tenía las ideas más locas - añadió Amanda -. ¿Sabes si había alguna locura en su familia?.
- ¿Locura? No, nunca oí hablar de ello. Su padre vive en West Kensington, pero creo que en todos los otros aspectos está cuerdo.
- Tenía la idea de que iba a reencarnar en una nutria - dijo Amanda.
- Uno se encuentra con tanta frecuencia con los que tienen esas ideas de la reencarnación, incluso en occidente, que ni siquiera es posible rechazarlos como locos - contestó sir Lulworth -. Además, Laura fue una persona tan inexplicable en esta vida que no sería capaz de trazar reglas concretas con respecto a lo que podría hacer en un estado posterior.
- ¿Crees que realmente pudo pasar a una forma animal? - preguntó Amanda. Era una de esas personas que dan forma a sus opiniones con bastante rapidez a partir de los puntos de vista de aquellos que les rodean.
Precisamente en ese momento entró Egbert en el comedor, con una actitud tan apesadumbrada que el fallecimiento de Laura no bastaba explicar.
- Han matado a cuatro de mis gallinas de Sussex moteadas - exclamó -. Precisamente las cuatro que iba a llevar a la exhibición del viernes. A una de ellas la arrastraron y se la comieron en mitad del nuevo arriete de claveles que tantos gastos y molestias me ha costado. Mi mejor arriete de flores y mis mejores gallinas, elegidos para la destrucción; parece casi como si el animal que lo hizo supiera ser lo más devastador posible en el más breve espacio de tiempo.
- ¿Crees que fue un zorro? - preguntó Amanda.
- Más bien parece obra de un turón - contestó sir Lulworth.
- No - replicó Egbert -. Había huellas de patas palmeadas por todo el lugar, y seguimos el rastro hasta el torrente que hay al final del jardín; evidentemente, fue una nutria.
Amanda lanzó una mirada rápida y furtiva a sir Lulworth.
Egbert estaba demasiado agitado para tomar nada en el desayuno, por lo que salió a vigilar el fortalecimiento de las defensas del gallinero.
- Me parece que por lo menos debería haber esperado a que terminara el funeral - observó Amanda con voz escandalizada.
- Es su propio funeral, ya sabes - replicó sir Lulworth -. Pero has planteado una buena cuestión de etiqueta: saber durante cuánto tiempo debe uno mostrar respeto por sus propios restos mortales.
Al día siguiente, la falta de respeto por las convenciones funerarias llegó todavía más lejos. Cuando la familia se ausentó por el funeral, los supervivientes de las gallinas moteadas de Sussex fueron masacrados. La línea de retirada del asaltante abarcó la mayor parte de los arrietes floridos del prado, pero también habían sufrido las parcelas de fresas del jardín inferior.
- Haré que los perros cazadores de nutrias vengan aquí lo antes posible - exclamó Egbert salvajemente.
- ¡De ningún modo! ¡ Ni sueñes con hacer tal cosa! - exclamó Amanda -. Quiero decir que no estaría bien, cuando hace tan poco que se ha celebrado un funeral en la casa.
- Es un caso de necesidad - dijo Egbert -. Cuando una nutria empieza a hacer estas cosas, no se detiene.
- Quizá se vaya a otra parte ahora que ya no quedan gallinas - sugirió Amanda.
- Cualquiera pensaría que quieres proteger a ese animal - replicó Egbert.
- Ha habido tan poca agua en el torrente últimamente... - objetó Amanda -. Me parece poco deportivo cazar a un animal que tiene tan pocas posibilidades de encontrar algún refugio.
- ¡Dios mío! - exclamó Egbert, que ya echaba humo -. No estoy pensando en deportividad. Quiero matar a ese animal lo antes posible.
Incluso la oposición de Amanda se debilitó cuando, durante los servicios religiosos del domingo siguiente, la nutria entró en la casa, atacó medio salmón de la despensa y lo dejó hecho fragmentos escamosos sobre la alfombra persa del estudio de Egbert.
- Dentro de poco la tendremos bajo nuestra cama comiéndosenos a trozos los pies - dijo Egbert; y Amanda, por lo que sabía de esa nutria en particular, consideró que tal posibilidad no era remota.
En la noche anterior al día fijado para la cacería, Amanda se dedicó a pasear a solas durante una hora por las orillas del torrente, haciendo lo que ella pensaba eran ruidos de perros. Aquellos que escucharon su actuación supusieron, caritativamente, que estaba practicando imitaciones de animales de cara a la próxima función del pueblo.
Fue su amiga y vecina, Aurora Burret, quien le dio la noticia de la caza de aquel día.
- Es una pena que no estuvieras; pasamos un día bastante bueno. La encontramos enseguida, en el estanque que hay bajo tu jardín.
- ¿La... matasteis? - preguntó Amanda.
- Claro. Era una hembra estupenda. A tu marido le dio unos buenos mordiscos cuando trataba de cogerla. Pobre animal, me daba mucha pena, tenía una mirada tan humana en sus ojos cuando la mataron... Me dirás que estoy tonta, ¿pero sabes a quién me recordaba esa mirada? ¡Pero querida! ¿Qué sucede?.

Cuando Amanda se recuperó parcialmente de su ataque de postración nerviosa, Egbert la llevó al Valle del Nilo para que se restableciera.
El cambio de escenario produjo rápidamente la deseada recuperación de la salud y el equilibrio mental. Las escapadas de una nutria buscando una variación en su dieta fueron consideradas bajo la luz apropiada. Amanda recuperó su temperamento, normalmente plácido. Ni siquiera el huracán de maldiciones y gritos procedentes del vestidor de su marido, y con la voz de su marido, aunque no con su vocabulario habitual, consiguió turbar su serenidad cuando se aseaba placenteramente una noche en un hotel de El Cairo.
- ¿Qué pasa? ¿Qué ha sucedido? - preguntó ella con curiosidad.
- ¡El pequeño animal ha arrojado todas mis camisas limpias al baño! Espera a que te coja, pequeño...
- ¿Qué pequeño animal? - preguntó Amanda reprimiendo el deseo de echarse a reír; el lenguaje de Egbert le parecía excesivamente inadecuado para expresar sus sentimientos ultrajados.
- Un pequeño animal de muchacho nubio, negro y desnudo - farfulló Egbert.
Y ahora sí que Amanda está gravemente enferma.

Es uno de los cuentos de Saki que más me gusta. La nutria me gusta, pero un ornitorrinco no estaría mal para reencarnarse. Es que siempre he querido conocer Australia...

2 comentarios:

Fran dijo...

Es raro pero me gusta. Y "te pega" ser nutria, aunque ornitorrinco...Conozco a muchas personas que ni saben lo que es.
Yo por reencarnarme, prefiero en cerdo ibérico de esos de patita negra, para pastar por la dehesa. O mejor, toro de lidia.

Turulato dijo...

¡Muy bueno!