jueves, 29 de abril de 2010

Pensando en voz alta

La impresora trabaja afanosamente a mi lado mientras mis dedos se deslizan sobre las teclas. Esos sonidos, junto al de mi propia respiración o el titilar del fluorescente, son los únicos que rompen este silencio matutino. Es un extraño momento de paz. Como si hubiera logrado parar, por un instante, el mundo. Hasta que dentro de un rato, vuelva la cacofonía de los teléfonos y el movimiento.

Me noto cansada. Normal cuando llevo muchos días durmiendo tres o cuatro horas diarias. Estrés. Eso es lo que dirá mi doctora mañana cuando vaya. Y es que con ella, tengo dos opciones: o estrés o un virus. Y como mañana no iré moqueando...

Lo sencillo sería achacarlo al trabajo o al japonés que vive en mi cuello. La primera opción ni la considero, porque el trabajo, en todo caso, me cansa, no me estresa. Y el japonés...

Esta madrugada, no sé bien a que hora, estuve pensando en eso. ¿Será el japonés mi eximente? Y aunque sé que puede influir, me respondí que no. Como me lo he respondido, tras cada uno de los actos que he cometido estando borracha o drogada. Sólo desinhiben el comportamiento, no me convierten en una persona completamente distinta.

Y entonces, ¿cuáles son las causas? Esa misma pregunta me la hizo Fran anoche en el transcurso de una conversación. Le contesté un "No sé". Una respuesta algo mentirosilla, porque alguien tan egocéntrico como yo, se ha mirado tanto el propio ombligo, que sabe las causas. Aunque no se las quiera reconocer.

La impresora ha cesado de escupir papel. Deslizo mis dedos sobre las teclas, pero escribo para borrar al momento. Me quedo un rato, no sé cuánto, mirando a la pantalla, sin moverme. El tiempo fuera parece congelado, pero mi cabeza es un hervidero de pensamientos que no logro poner en palabras. O que no quiero.

La alarma del móvil me devuelve a la realidad y me saca de mis ensoñaciones. Vuelve el movimiento y como he pedido en el Caralibro, me gustaría que alguien parase el mundo para apearme.

Aunque fuera un ratito.

1 comentario:

Fran dijo...

No puedes. Tienes la obligación moral de darle buenos momentos, como el de las espinacas, al mundo.

Cuando se te pase lo de la boca, hablamos tranquilamente.