jueves, 1 de abril de 2010

Paseando

Ayer al mediodía, mientras me lavaba los dientes, me desprendí (generosa que es una) de un trozo de muela. Así que al salir de la oficina, por la noche, me fui al dentista de urgencias (en la otra punta de Madrid) para tener una Semana Santa tranquila.

Tras hurgarme en la boca y hacerme un apaño provisional, salí en busca de una farmacia de guardia en la que comprar un antibiótico y un analgésico (por precaución ante una posible infección, porque no me duele ni me molesta).

Comencé a caminar Castellana abajo, en busca de alguna farmacia, pero al no encontrar ninguna, cogí un autobus que me llevara hasta Sol. Seguro que en esa zona, encontraba alguna abierta.

Mientras caminaba desde la parada del autobus hasta la puerta del Sol, disfruté del bullicio que se notaba por la calle. No se veían apenas coches y los turistas de todas las edades y procedencias se mezclaban con los madrileños que no nos hemos escapado de la ciudad.

En Sol, me crucé con la procesión de Nuestro Padre Jesús de la Salud, que había salido de la iglesia del Carmen y seguía su devenir por las calles de Madrid. Lo he comentado más veces. Me gustan las procesiones. No sólo por los pasos e imágenes ni por su significado simbólico, sino porque me gusta observar a los asistentes.

A pesar del fresco que anoche hacía en Madrid, había muchos asistentes que observaban como el paso iba a enfilar la calle Correo, una calle no muy ancha que discurre junto al palacio de la Gobernación.
Me fijé en una pareja de ancianas. Menudas y delgadas, me recordaron a mi abuela. No vestían ropas lujosas, pero sí impolutas. Agarradas del brazo, se juntaban la una a la otra, quizás buscando darse calor. Miraban el paso con auténtica devoción mientras, creo pues no podía oírlas, rezaban. Un poco más allá unos estudiantes norteamericanos fotografiaban la procesión sorprendidos; a mi izquierda, una familia ecuatoriana sonreía con los comentarios de uno de los niños sobre los uniformes de los tamborileros; unos pasos a mi derecha, un anciano explicaba a un niño de apenas cinco años, que supongo que sería su nieto, quién era la figura del paso y lo que representaba.

Estuve un buen rato observando el panorama, volví a soñar con los ojos abiertos ante un edificio que me apasiona (si algún día me tocara una cantidad escandalosa de dinero en la lotería.... pero escandalosa, escandalosa) y enfilé por la calle Mayor. Dí con una farmacia y podría haber dado media vuelta y coger el metro hasta casa, pero la noche, aunque fresca, invitaba a caminar. Y a mí me encanta perderme soñando por Madrid.

Seguí mis pasos hasta que llegué a la Catedral de la Almudena. Ya no me desagrada como lo hizo las primeras veces que la ví, pero sintiéndome medio burgalesa, se queda en nada comparada con la catedral de mi tierra de corazón. Aún así, siempre da gusto pasear por la plaza de la Armería.

Retomé mi caminar y seguí por la calle Bailén, cruzando el viaducto (con sus planchas de metacrilato para disuadir a los suicidas) hasta que llegué a San Francisco el Grande. Me encanta la basílica y sobre todo, visitarla a finales del verano o a principios del otoño, cuando las dalias del jardín cercano han florecido. Ayer no había flores, pero si me fijé en la cantidad de papeles y cajas de cartón tiradas por el suelo. Eso es una de las cosas que más me desagradan de mi ciudad, la sensación de suciedad. Y será algo que un día me traiga un disgusto, como siga pensando en alto y llamando cerdos a los que se comportan como tales.

Al pasar frente a la plaza en la que desemboca la calle Carlos Arniches, recordé una mañana en el Rastro de hace muchos años con mi padre. U otra, varios años después, tomando tostas y arreándole al vino de pitarra en "El Capricho Extremeño", mano a mano con el socio, su familia y otros amigos.

Seguí caminando hasta Legazpi y hubiera seguido, si me apuran, hasta casa, pero coincidió que pasaba el búho y lo cogí. En él iba montado un amiguete y al llegar al barrio y aunque tenía el cierre a medio echar, Manuel nos dejó entrar en el bar para tomar un vino y picar algo.

Visto lo visto, no estuvo mal eso de que se me cayera un trozo de muela. Porque mi plan, si no, hubiera sido salir de la oficina y caer en coma frente al televisor...

1 comentario:

Fran dijo...

Un buen paseo, sí señora. Si es que te da la vena Forrest Gump y te lías a andar...

¡Qué buen día el del extremeño! ¡ Y qué tontería más grande cogí con tanto zumo de pitarra

Te llamé al móvil y a casa esta tarde pero no dí contigo. Todo el día de pingo. Si es que...

Cuídate esa muela y descansa un poco, hermosa.

Por cierto, para el edificio que tú quieres la cantidad tiene que ser la, perdón por la expresión, rehostia de escandalosa. Porque entre lo que tiene que valer el edificio y lo que costaría hacer lo que tú quieres....