viernes, 1 de enero de 2010

Hetaira (I)

Lo más importante era el bienestar de los suyos, darles unas opciones que ella no había tenido. Y para eso, necesitaba dinero. No es que tuviera una necesidad imperiosa de él, pero pensándolo fríamente, tendría que tragar con lo que no quería en cualquier trabajo común. Aquí sólo cambiaba el sentido y en vez de metafóricamente, sería en sentido literal.

La primera vez que lo pensó fue como un juego. Un café con un ex que acabó en revolcón y un comentario que cualquier otra mujer se habría tomado como ofensivo, pero que ella no.
Joder, tía, la chupas mejor que muchas profesionales.
La simple idea despertó sus fantasías más ocultas, de esa clase de "negruras" que cuesta confesar ante otros por miedo al rechazo y al qué dirán.

No fue hasta unos meses más tarde, cuando en otro revolcón esporádico con otro amante, ella llevó sibilinamente la conversación hacia esos derroteros.
Si te metieses a puta y con lo bien que follas, pagaría mucho dinero por echarte un polvo. O dos. Me harías descuento por los viejos tiempos, ¿no?

La idea seguía rondándole la cabeza, pero también las dudas. Meterse a puta no es con lo que una sueña cuando es una niña. Y tampoco es algo que se hubiera planteado como opción de futuro.
Ya no era sólo el "qué dirán" que se la traía bastante al pairo, sino dudas sobre sí misma. Sabía que le gustaba el sexo, pero con quién y cuando ella quisiera y no sabría si sería capaz de tener sexo "impuesto". Además, aunque tenían lo que llamaban un cuerpazo, ya no era una jovencita y había pasado ampliamente los treinta. Y por último, una no se iba al INEM y decía "me quiero hacer puta de lujo".

Como si el azar quisiera ponerle las cosas fáciles, otro de sus "amigos con derecho a roce" le presentó a una amiga, Claudia. Una belleza morena con la que congenió enseguida. Y a fuerza de hablar, de café tras café, acabó descubriendo que Claudia trabajaba ocasionalmente como señorita de compañía. Tras mucho insistirle, logró convencerla para que le facilitara su contacto.

Cuando fue a la cita con el contacto, le temblaba hasta el alma. Una parte de sí le repetía una y otra vez que aquello era una locura, que diera media vuelta y que volviera a casa, a su trabajo normal. Otra parte, que era demasiado mayor para poder jugar en esa liga. Pero mientras pensaba en eso, sus pasos le llevaron hasta el lugar de la cita. Lo que en su mente imaginaba como un sórdido negocio, era una impoluta oficina con una recepcionista agradable que enseguida la pasó a la entrevista. Todo aséptico y profesional. Tras la máscara de una agencia de azafatas, el negocio más lucrativo. E ilegal.
Después de una entrevista agradable de apenas media hora, estaba dentro. Sólo faltaba hacerle un book y un perfil para ver a que clase de clientes se podía acoplar y listo. Había nacido Laia. Cuando era niña, le gustaba actuar y disfrazarse. Y así se lo planteó. Imaginando que era esa otra mujer, Laia, la que se acostaría con todos esos hombres, no ella. Llevando una doble vida ante todos, pero sobre todo, ante sí misma.

Recordaba la primera vez como si fuera ayer.
La cita era en un hotel de lujo de la ciudad. Alto ejecutivo de una empresa farmacéutica que estaba esos días en la ciudad por negocios. Lo único que sabía de él era el número de habitación , que era un cliente habitual y que rondaba los cincuenta años.
El plan era una cena de negocios, en la que tendría que mostrarse como una discreta compañía y después, lo que él quisiera. Toda la noche a su servicio. Un servicio por el que cobraría más de la mitad de lo que cobraba trabajando un mes en su trabajo "normal".
Cruzó el vestíbulo del hotel al ascensor con paso firme, pero temiendo que alguien le preguntara a dónde se dirigía. En el ascensor, mientras éste subía inexorable hacia su destino, cambiaba nerviosa el peso de su cuerpo de un pie a otro mientras miraba una y otra vez que su aspecto fuera impecable. Llevaba un vestido negro corto y con escote, lo suficientemente corto para ser sexy pero sin caer en lo chabacano.
Las puertas del ascensor se abrieron y sus pasos se escuchaban amortiguados sobre las alfombras del pasillo. Se paró ante una puerta. La 345. Aún estaba a tiempo de echarse para atrás, pedir disculpas a la compañía y volver a su vida anodina. Miró la puerta unos segundos, respiró hondo y llamó.
No esperaba encontrarse, como en Pretty Woman, a un Richard Gere frente a ella, pero tampoco estaba tan mal. Un hombre alto, de cuerpo atlético y sienes plateadas, con unos profundos ojos verdes. No era un hombre guapo, pero sí atractivo.
Le dedicó un piropo mientras sonreía y la hizo pasar a la habitación. Mientras se acababa de ajustar el nudo de la corbata, le iba explicando lo que iban a hacer esa noche.
Tranquila, ya me han contado que es tu primera noche y lo haremos de lo más agradable para ambos.
Y así había sido. Una cena excelente, en buena compañía y con mejor conversación y vuelta al hotel. Él había sido muy amable y hasta dulce, poniéndoselo todo muy fácil. Ambos habían acabado agotados y sudorosos en la cama, con ella pensando que esa velada, la primera de Laia, había sido mejor que muchas de las citas que había tenido su otro yo en los últimos meses. No sentía que se había acostado con él por dinero, sino que podía haber sido un hombre agradable al que hubiera conocido en un bar, tomando una copa y con el que habría congeniado tanto como para irse juntos a la cama.

No todos los clientes iban a ser como Carlos, que así se llamaba su primer cliente. Pero no pensaba en ello cuando salió del hotel esa primera mañana, sino que en su cabeza escribía su particular cuento de la lechera. Algunos pensarían que era muy frívolo e incluso inmoral aquello que estaba haciendo. No iba sobrada de dinero, pero tampoco vivía en la miseria y sí vivía razonablemente bien. No tenía a nadie de los suyos en una situación crítica, como la protagonista de aquella película que había visto hacía poco. No, ella simplemente quería comprar cierta clase de libertad para aquellos que quería. Darles unas oportunidades que ella no había tenido y que sabía que no iba a lograr trabajando "honradamente". Si la vida no era justa y hacía trampas, ella iba a jugar al mismo juego y tomaría un atajo.

Sólo que no había pensado en que en ciertos tramos del camino, se puede una cruzar con fantasmas y paisajes espectrales...

(Continuará...o no)

3 comentarios:

Fran dijo...

¡¡Jodo!! Que cambio de tercio...
¿Qué hacías escribiendo a las 3.27 de la madrugada de año Nuevo?
Y a mí me gustaría que continuara. Me intriga y me sorprende que esta mujer sea tan fría.

Silvia dijo...

Lo del cambio de tercio, pues no sé... Estaba en casa de un amigo, medio sopa y de repente, me despejé y me vino la inspiración. Me dejó el portátil y se quedó alucinado de como iba saliendo todo, porque escribía rápido... Si no continué (quizás tenía que haberlo hecho), es porque el portátil se estaba quedando sin batería y no nos íbamos a poner a buscar el cargador a esas horas (vamos, que nos dio pereza).
No, ella no es tan fría como parece.

Turulato dijo...

Decidir que nuestro comportamiento rompa barreras no suele requerir frialdad, sino cierta desesperación.