viernes, 11 de septiembre de 2009

Conversaciones de alcoba

Abre los ojos, regresando a la vigilia. Ve el hueco vacío al otro lado de la cama, la forma apenas dibujada con suaves trazos sobre la sábana. Palpa con la mano su ausencia. Aún se nota su calor.

La busca con su mirada. Ahí está. Desnuda, frente a la ventana. Inclinada sobre el portátil, deslizando rápidamente sus dedos sobre las teclas. Está sentada sobre una de sus piernas, en una postura que a él se le antoja incómoda, pero que ella adopta casi siempre que está relajada. El pelo despeinado, con un mechón para cada lado; la forma de su nuca, de su espalda, de sus piernas... Las primeras luces del amanecer, que se filtran por la ventana, dejan ver su piel suave, cubierta de lunares y pecas. Siente el impulso de pedirle que vuelva a la cama, pero se reprime. Así puede observarla en silencio, sin que se dé cuenta. Le gusta. Así es más ella.

Recuerda una escena de años atrás. Mientras dibujaba con sus yemas un camino entre los lunares de la espalda, le contó lo que le había dicho un compañero. ¿Sabes que en Andalucía dicen Mujer de lunares, mujer de pesares?. Ella se había incorporado, mirando sus brazos de arriba a abajo. Y con esa expresión tan suya, que a él le desconcierta, con esa medio sonrisa acompañada por una mirada, que nunca está del todo seguro de si es guasa, tristeza, resignación o un poco de todo le habia respondido "Pues anda que no me queda por sufrir" antes de estallar en carcajadas.

Algo le trae de nuevo al presente. La ausencia del ruido de las teclas. Alza la vista. El cuerpo antes relajado, se ve ahora más tenso. Por la postura del brazo, sabe que se está pellizcando el labio. Otro de sus gestos.
Pasan uno, dos minutos. Ella deja caer los brazos y los hombros. Desde su observatorio, no puede ver su rostro, pero aún así, sabe que está llorando. El ver como momentos más tarde, deja caer las gafas sobre el escritorio y se frota los ojos, no hace más que confirmarlo.

Siente el impulso de levantarse, cogerla entre sus brazos y darle un gran abrazo, pero se queda quieto. Si se levanta a preguntarle, ella le dirá "¡Qué voy a estar llorando! Esto es la alergia". Aunque ambos sepan que no tiene alergia a nada, salvo a mostrarse tan abiertamente.

El sonido del Windows al cerrarse rompe la espera y el silencio. Cierra los ojos, fingiéndose dormido. Escucha los pasos que se acercan y cómo se tumba a su lado, sin apenas rozarle. Seguro que está acurrucada sobre sí misma, pensativa. Quizás llorando.

Se gira hacia ella y la abraza, acariciándole el brazo. Un respingo por el sobresalto y un "siento haberte despertado" entre susurros es la respuesta que recibe. Le da un par de segundos para que se recomponga. Pero no demasiado.

- ¿Qué te pasa?
- ¿Qué? Nada...
- para unos segundos y baja el tono de voz - No te preocupes.
- No me preocupo. Me ocupo. Llevo observándote un rato y sé que has estado llorando.


Silencio. Se sabe descubierta y seguro que adopta una actitud defensiva. Casi puede escuchar las barreras alzándose.

- ¿Es por Él? - Al mencionarle, nota bajo sus manos como la tensión se apodera de su cuerpo y cómo se gira hacia él. Mirándose frente a frente. En sus ojos, aún se notan los estragos de las lágrimas de momentos antes.

- ¿Te parece normal hablar de un hombre cuando estás con otro en la cama? Anda, déjalo. No pasa nada. - ella intenta esbozar una media sonrisa y acaricia su mejilla con cariño.

Un balón fuera.

- Bien, pues entonces levántate y vete de mi cama. Ahí, al sillón. Así podemos hablar.

En su rostro se dibuja la sorpresa. La mandíbula se tensa, el ceño se frunce y un destello de furia se trasluce en su mirada. No se esperaba una contestación así. Se mantienen las miradas. Puede ver su lucha interna, el como se plantea levantarse y mandarle a hacer puñetas. Un riesgo a correr por ayudar a quien quiere.

- Prefiero quedarme en la cama. Es más cómoda - la mandíbula se destensa y asoma una pequeña sonrisa, aunque aún hay en sus ojos la tensión de unos segundos antes. La batalla ha terminado y la amistad ha vencido al orgullo. Se acurruca junto a él, dejándose abrazar. Y él la acoge, acariciando su pelo y su nuca, algo que sabe que la calma.

- ¿Qué ha hecho esta vez para que estés así?
- No es lo que ha hecho. Es lo que no ha hecho. Y la jodida esperanza. Estaba mejor sin ella.

- Quizás es que la has depositado en la persona equivocada y no es como crees.
- No
.

Rotundo. Sabe que si intenta rebatirlo, se enzarzará en una discusión estéril.
Hay algo que no deja de sorprenderle en ella. La lealtad y fe inquebrantable en aquellos que verdaderamente quiere. Aunque alguna vez le hayan dejado vendida, como él mismo hizo en su momento. La vida les volvió a reunir. Ni un reproche, ni una sóla mención al daño que sabía que le había hecho. Sólo un abrazo. Una noche, estando ella griposa, le había contado como se había roto y vuelto a reconstruir. "Pero lo he hecho ya tantas veces, que estoy demasiada cubierta de grietas. Este jarrón ya no es bonito así que no me extraña..." dijo antes de caer presa de la gripe. Ni una mencion más.

- No le justifiques ni le excuses - nota como vuelve la tensión a su cuerpo. Parece un animal listo para saltar.
- No lo hago - se queda callada unos segundos, mordiéndose el labio - Es bueno. Pero eso no significa que él opine lo mismo de mí.
- ¿Por qué no habría de opinarlo? No digas sandeces. ¿Cuándo te darás cuenta de ciertas cosas?
- No lo sé. Tampoco creo que tenga mucha importancia.
- ¿El cómo te valores no lo tiene?
- Sí, pero relativa. Tampoco es para tanto. Si viviera aislada, sería lo más importante. Pero vivo con otros, somos lo que somos por nuestro valor intrínseco y por la percepción que del exterior tengan de ese valor.
- Coño, ¡qué trascendental!.
- Trascendental no. Marketing -

- ¿Y tan importante es ese valor en Él? No todo el mundo es bueno.
- Y no creo que todo el mundo lo sea, aunque si que puede serlo. Es cuestión de elección. Él lo es. Tú también. Yo también, aunque así soy si así os parece. Sóis egoístas, como todos, como yo. Ciertas acciones u omisiones me duelen, pero eso no disminuye vuestro valor. Porque vuestra esencia, vuestras elecciones, son básicamente buenas. Ese es el valor que para mí tenéis. Lo que me importa. Aunque otras cosas me jodan -
Se le queda unos segundos mirando, antes de incorporarse y darle un piquito en los labios - Anda, durmamos un rato más y luego te invito a desayunar.
- ¿Por qué tengo la sensación de que me has dado uno de tus capotazos?
- No, lo sé cariño. Pero no es un capotazo. Sólo que me he dado cuenta de que sóis buenos, no perfectos. El dolor pasa y sigue quedando esa esencia que hace que os quiera. Supongo que esa es una de mis elecciones - se le queda mirando, con esa medio sonrisa y esa mirada, que tanto le desconcierta - Aunque a veces cueste mantenerla.

Podría insistir para que ella hablara más pero sabe que es inútil. Todo lo que estaba dispuesta a contar ya lo ha hecho con palabras, con silencios y sobre todo, con miradas.
Ella se acurruca junto a él, apoyando la cabeza sobre su pecho. El dorso de su mano se desliza en suave caricia por su brazo; él no deja de jugar con su pelo entre sus dedos. Las respiraciones se acompasan y la laxitud se apodera poco a poco de sus cuerpos. Justo antes de caer amodorrado, escucha en apenas un susurro un "gracias". El último pensamiento que cruza su mente antes de dormir es un "incorregible".

2 comentarios:

Fran dijo...

¿Se puede saber que haces a las 05.55 (me imagino que antes) escribiendo? ¿Te ha parecido interesante emular a la protagonista de tu relato?
Esa definición de las personas en términos de marketing no es la primera vez que la leo.
Me ha gustado, aunque es extraño.

Turulato dijo...

He afirmado reiteradamente que relatas muy bien, escenificando materialmente la situación mediante la palabra. Así que a otra cosa.

Siempre me haces pensar. Creo que es porque no te limitas a describir ambiente y situación, y mover en ellos personajes.

Te implicas. Trabajas sobre lo vivido. Sientes al escribir. Y eso es ser escritor y peligroso..

Porque siempre es duro, y hace sufrir, dar la cara.

Por eso me gustas