domingo, 20 de abril de 2008

Pensamiento en voz alta

Ayer, en una conversación con mi amigo Chiqui, comenzamos hablando de la política sobre el agua y las centrales nucleares y acabamos hablando sobre los hijos.
Yo comenté que después del período de lactancia, me gustaría reincorporarme a mi trabajo, aunque con jornada reducida para poder tener más tiempo para educar y criar al peque. Y que mi marido, con la misma clase de jornada, contribuyera al cuidado del bebé, que todo era cuestión de organizarse. Le preguntaba porque tenemos que ser casi siempre nosotras las que renunciamos a nuestro futuro profesional y no ellos, que también desean ser padres.
Chiqui, que es bastante más tradicional que yo a ese respecto, decía que ellos eran más torpes en el cuidado, que nosotras estamos mejor preparadas evolutiva y genéticamente para ello y que forjamos un vínculo afectivo distinto con nuestros vástagos que ellos.
Yo argumentaba que no necesariamente y que tenía más que ver con la costumbre que otra cosa y que si desean ser padres, algo que supongo tan hermoso, se privan voluntariamente de disfrutar de sus hijos.
Ya no estamos en una sociedad de cazadores y el macho no tiene que traer la comida a la manada. Crear y mantener un hogar es cosa de dos, un proyecto común.

Entre desvaríos y carcajadas durante un buen rato, no logramos ponernos de acuerdo al respecto. Cuando acabamos de charlar, yo continuaba, siguiendo mi tónica, con ese rum-rum en la base del craneo que se me queda cuando algo me inquieta.

Pensé en mi padre. Él currando todo el día, siendo mi madre la responsable de nuestro cuidado "diario", quizás menos emotivo que ella. Y ahora, con sus nietos, es completamente distinto. Ya no sólo en el cuidado diario, que les viste o cambia el pañal al peque, sino que se muestra mucho más emotivo de lo que se mostró nunca con nosotras. Quizás llegaba demasiado cansado de currar todos los días.

Pensé en Fran, todo un padrazo y como cuida a su pequeño o en Carlos, otro amigo, que suelta babas por toneladas con su pequeña a la que cuida todas las mañanas, antes de irse a trabajar por las tardes, mientras su mujer va a la oficina.

Luego recordé una conversación hace tiempo con otro amigo, que será un abuelo estupendo, en la que me decía que deseaba intensamente un nieto para "quererle como sé". Y que en otra conversación sobre ese tema con un amigo suyo, ambos habían llegado a la misma conclusión: que ellos no sabían amar.

¿Y no será que todo eso del cariño y de su incapacidad no es más que una excusa? ¿Qué, por la falta de costumbre, asusta meterse en ese terreno de la emotividad y desprenderse del egoísmo? Eso exige un esfuerzo y siempre hay una posibilidad de un fracaso. (Cuando yo he tenido dudas acerca de si ser madre o no, algo que siempre he deseado, era por puro miedo a no ser capaz de hacerlo bien).
¿No será que el entorno os pesa demasiado todavía?

Creo que, independientemente de las hormonas, la decisión de desprenderse del egoísmo que se requiere para amar, es una elección del individuo y esa capacidad la tenemos todos. Por eso hay muchos hombres que son mejores progenitores que muchas mujeres.

7 comentarios:

Fran dijo...

Algún día me tendrás que explicar los caminos lógicos que llevan de pasar del agua y las centrales nucleares a los hijos, pero ahora, me gusta el artículo.

Gracias por lo de padrazo. Ahora, por mis circunstancias personales, tengo mucho más tiempo para disfrutar de mi paternidad y me arrepiento de no haberlo hecho antes. Me noto más torpe que mi mujer en eso del mimo, pero con paciencia, voy aprendiendo y noto como ese aprendizaje me enriquece y me ennoblece.
¿Miedo y presiones del entorno? Es posible, que la igualdad esa tan cacareada sigue siendo mucho de boquilla.

Y ahora, lo importante, ¿para cuándo tus peques?

Un abrazo

SOMMER dijo...

A mi me parece, querida Silvia, que lo de querer a un hijo (o niño en general) no entiende de sexos ni de evoluciones genéticas.
Sólo hay que saber querer.

Abrazos

Poledra dijo...

Yo estoy con Sommer, solo hay que saber querer, eso sí, saber querer no es tan simple.

Un abrazo.

Mar dijo...

Evolutivamente, genéticamente, tradionalmente, físicamente... no se puede negar que la mujer lleva la delantera en eso de amar a los hijos, pero eso no quiere decir que haya padres que lo sepan hacer igual de bien que nosotras.
Hay de todo y sí que estoy de acuerdo con todos vosotros en que depende de las personas. Esta sociedad necesita ¡ya! mayores facilidades para poder compaginar cuidado, educación y ocio con nuestros hijos, además de desarrollar tu carrera profesional.
Si se quiere se puede.
Un besooo

Anónimo dijo...

Los abuelos miman a los nietos porque tuvieron miedo de mimar a sus hijos, ahora les toca el papel de abuelos, no de padres. Seguramente yo seré más permisiva con mis nietos (espero tenerlos) que con mi hija.
Como bien dices tener un hijo supone desprenderse del egoismo y eso para algun@s supone una tarea demasiado difícil. Aún así, cada uno quiere a su manera.

Silvia dijo...

Fran, es que eres un padrazo y Diego un niño muy afortunado. no necesitabas ennoblecerte, pues la nobleza a ti te viene de serie.
Respecto a mis hijos, ¿quién lo sabe?.

Tha, yo no creo que genéticamente tengamos más definido el amar a los hijos como apuntan Sommer y Poledra. Sí, morfogenéticamente estamos más preparadas para criarlos, pero sólo la crianza no hace amar a un hijo.

Lúcida, los abuelos ya han pasado el período de aprendizaje que supone ser padres y quizás por eso la experiencia les da una tranquilidad y esa permisividad.

Abrazos para todos

Turulato dijo...

Si; excusa,asusta, egoísmo, esfuerzo y fracaso. Un buen cóctel.
Con los ingredientes contrarios, se llama "entrega".
La cultura social de las gentes cambia muy despacio. Lo que me preocupa es que quienes salgan perdiendo en el cambio sean los niños. En otros aspectos así ha ocurrido.