domingo, 26 de noviembre de 2006

Miradas (2): Laura

Aún pensando en mi encuentro con Bruno, cogí otro autobus para dirigirme al punto de encuentro con mi cita. A pesar del tráfico de Madrid, llegué pronto y busqué refugio del frío y de la lluvia en una cafetería cercana.

Con un té en una mano y un periódico en la otra, me senté en uno de los sofás, más dispuesta a seguir observando que a leer unas noticias que me iban a deprimir. Y mis observaciones pronto dieron sus frutos.

Dos mesas a mi izquierda, había un matrimonio joven con sus dos hijos. El mayor era un niño de unos siete años, rubio, sentado modosito al lado de su padre, que le explicaba algo de un libro. La pequeña, era un torbellino de unos tres años, de rizos rubios que se movía inquieta de un lado a otro, aburrida como una ostra. Su madre la llamaba y así, otra vez por casualidad, descubrí su nombre: Laura.

Como no podía irse a la calle, cosa que seguramente le gustaría, a saltar en un charco con sus botas de agua rojas (a mí en su caso, me habría apetecido y es que sigue habiendo una parte de mi, que cada vez que ve un charco siente un impulso de chapotear...), se dedicaba a explorar la cafetería. Y en una de esas exploraciones, que yo observaba atenta, se acercó a mi mesa.

Laura se dió cuenta de que la estaba observando. Me miró con sus pequeños ojos azules, con una mirada mezcla de "¿Y tú qué miras, adulta?" y el hastío de "Será muermo la tía ésta..." y sin hacerme mucho caso, volvió a sus juegos.

Pero, ¡ay!, yo seguía mirándola, divertida con sus exploraciones y al descubrirme, me miró nuevamente, más desafiante que en la anterior ocasión. Yo respondí a su reto con una sonrisa y lejos de apaciguarla, frunció el ceño y me miró fijamente con cara de. ¿De qué se reirá esa señora?
Yo sólo podía hacer una cosa si no quería perder el respeto de esa niña. Así que...le saqué la lengua. No, timidamente. No. Una verdadera declaración de guerra.

Mi "rival" vió mi gesto, sonrió y respondió a mis hostilidades mostrándome su lengua. Y así, estuvimos un buen rato sacándonos la lengua, haciéndonos muecas e intercambiando sonrisas. Fue una dura batalla, igualada. Estuve a punto de perderla en un par de ocasiones (ay que malo es hacerse mayor y qué te pillen jugando de este modo...). La paz sólo llegó cuando su madre la llamó para irse de la cafetería. Antes de volver con su madre, me miró, me sonrió y me dedicó una última mueca. Creo que me gané su respeto.

Espero que Laura nunca pierda esa capacidad de enfrentarse a los retos. Si sigue así, ¡Niños, temblad!

5 comentarios:

Chus dijo...
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Anónimo dijo...

Qué de formas hay para ganarse el respeto ajeno, verdad?
:-)
Aunque yo siento decirte una cosa Elo... en esas batallas con los niños, nosotros tenemos la partida perdida... siempre ;-P
Besiños

Anónimo dijo...

P'haberte visto...¡Coñe, si yo ya te he visto en esas batallas tuyas!
Y tú no entrenes a las niñas, leches, que luego a mi peque le van a dar "sopas con hondas".
:-P :-P
Un achuchón

Anónimo dijo...

Ganarse el respeto..; tanto como esforzarse en entender al otro.
Y a tí te sale naturalmente..

Silvia dijo...

Esa canija me recordó tanto a otra canija rubia hace muchos años...

Dianora, claro que están perdidas de antemano, pero hay derrotas muy dulces. Y por ganarme su respeto, merece la pena la contienda.

Fran y las que te quedan por ver. No quiero perder esa capacidad de "pelea" con los peques. Y en cuánto al tuyo, está espabilado, es listo y es guapo...¡Qué peligro!

Turu, no sé si me sale naturalmente o no, pero ¿quién se puede resistir a reconocer la nobleza de carácter? Y esa niña la exudaba por cada poro.

Besos a todos