lunes, 30 de enero de 2006

De juerga

Alguna de la gente que ha viajado conmigo por temas de trabajo dice que no entiende como soy capaz de aguantar tanto trajín. Y es que a la hora de trabajar, curro como la que más, pero también soy de las primeras en irse de juerga y regresar a las tantas.
Y es que no sé a quien pretendo engañar cada vez que digo la frase “Venga, me tomo una y vuelvo pronto”, porque nunca pasa eso. Es más, siempre suele pasar lo contrario y me dan las tantas. Y es que si la compañía es buena (y en esos viajes, siempre conecto con gente maja), me animo, aunque momentos antes me estuviera durmiendo por los rincones.
Y eso que a mí siempre me ha gustado mucho dormir, a pesar de lo que decían mis compañeros de facultad de que era un robot y que por eso no dormía (la culpa de que yo no durmiera la tenían los seis tiarrones que se tiraban toda la santa noche roncando mientras yo miraba al techo con los ojos abiertos como un búho). Pero cuando estoy pasándomelo bien, el tiempo vuela y el cansancio desaparece (dicen que la risa es la mejor fuente de endorfinas y éstas retrasan la sensación de fatiga).
Como en abril del año pasado, que estuve de crucero por el Mediterráneo con un grupo de gente estupenda (un besazo para Raquel, Mariví, Pablo, María, Jorge, Mayra y los demás) en toda la semana dormí unas 15 horas (pero fue llegar a Madrid y tumbarme en el sofá para echarme una siestecilla...y esa siestecilla duró 16 horas).
O como en noviembre, que estuve un fin de semana en Asturias. La noche anterior a la salida no había dormido nada y pensaba que llegaba ya dormiría en el bus pues no conocía a nadie de los que iba. Pero no tocó dormir, porque enseguida congeniamos un grupito (otro besazo para Ciara, Nuria, Marta, Celia, Graciano, Álvaro, Javier...) y nos tiramos todo el viaje hablando y de risas. Al llegar a Gijón y después de una cena copiosa a base de sidra y productos típicos asturianos, decidimos ir a tomarnos una copa y recogernos pronto pues por la mañana tocaba trajín. Pues esa copa se convirtió en dos, añadimos unos chupitos y muchas risas y a las cuatro de la madrugada saludábamos al personal de recepción del hotel. Pero lejos de irnos a la cama como buenos chicos, acabamos asaltando el minibar de la habitación de Ciara y el de la de Graciano, mientras seguíamos de risas. Esa noche dormí apenas una hora, pero no notaba el cansancio. Y después de todo el día de trajín y más comida (todos volvimos con al menos dos kilos más después del fin de semana), nos fuimos otra vez a tomarnos algo con el lema de “nos recogemos temprano que mañana toca ver Oviedo”. Y temprano era, concretamente algo más de las 7 de la mañana, con lo que teníamos el tiempo justo para ducharnos y desayunar antes de salir pitando para Oviedo. Total, que en tres días había dormido una hora escasa y sólo noté el cansancio cuando llegué a mi casa (si va a ser Madrid lo que me agota).
Y lo mismo pasó en los otros viajes en los que he estado últimamente. Y sé que cuando vuelvo de esos viajes, suelo estar para el arrastre y que el cuerpo no se recupera como hace años (gracias a los dioses, sigo sin tener resacas), pero siempre ha merecido la pena sacrificar esas horas de descanso. Y es que si no lo hubiera hecho, no tendría tan buenos recuerdos que hacen que sonría o incluso me carcajee cuando vuelven a mi mente. Y es como una pescadilla que se muerde la cola, porque me río, me encuentro mejor y es más fácil “liarme” (aunque no suele costar mucho) para salir y acumular nuevas anécdotas de noches de juerga.

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